Belgrano vivió cincuenta años. Su objetivo de vida es, aun hoy, muy revelador: generar un espíritu nacional a favor del bien público. Compulsivo escritor de cartas, gracias a las cuales conocemos aspectos relevantes de su personalidad y de nuestra historia.
Su familia lo envió a estudiar a España donde obtuvo el título de abogado. Políglota y con vastos conocimientos en economía regresó al Río de la Plata como Secretario del Consulado. Desde allí fomentó la agricultura, la industria y el comercio.
Predicó incansable contra la ociosidad. Comprometido con la educación, manifestó una atención preferente por el saber. Propuso la creación de escuelas gratuitas de primeras letras para que los niños aprendieran a escribir, a leer, a contar y a conocer de gramática castellana. Anhelaba que los docentes, bien preparados, inspiraran en sus alumnos honradez en el obrar, moderación y amor al trabajo.
Desde el inicio de nuestra Libertad Civil (25 de mayo de 1810) resolvió luchar por la independencia de las Provincias Unidas (hoy República Argentina). Y así, este hombre sencillo y a la vez extraordinario, se convirtió, sin tener formación militar, en un líder guerrero.
Inspirado en la escarapela que había decretado el Primer Triunvirato, ideó una bandera nacional blanca y celeste y la hizo enarbolar a orillas del río Paraná, en Rosario, por entonces un pequeño poblado. Su gesto libertario le ocasionó una severa reprimenda gubernamental.
Siguió su patriótico periplo hacia el norte. Allí comandó el Éxodo Jujeño, enfrentó a los enemigos realistas y los venció en las batallas del río de las Piedras, Tucumán y Salta. Se preocupó por la formación de soldados y de oficiales para que dieran un buen ejemplo ante los demás.
Luego, este celoso cuidador de los fondos públicos, llegó al Alto Perú (hoy Estado Plurinacional de Bolivia). Ya en Potosí, tomó juramento de obediencia a la Soberana Asamblea del año XIII en castellano, quechua y aimara. Derrotado en Vilcapugio y en Ayohuma emprendió la retirada a Tucumán.
Jugador de ajedrez y degustador de frutillas, se preocupó por la salud y el bienestar de sus compatriotas. Amigo sincero, entre otros, de José de San Martín, Martín Miguel de Güemes y Bernardino Rivadavia.
Nunca se casó. Fue padre de Pedro Pablo y de Manuela Mónica.
Se desempeñó como diplomático ante las cortes europeas. De regreso, fue convocado y escuchado con atención en las sesiones del Congreso de Tucumán, cuyos diputados declararon nuestra independencia el 9 de julio de 1816.
Y todo tiene un final, todo termina: Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano, un fiel servidor de la Nación, falleció en Buenos Aires, su ciudad natal, el 20 de junio de 1820 en la extrema pobreza, rodeado de necesidades y consolado por su ferviente fe católica.
Un argentino modelo, uno de los Padres de la Patria, quien, como dejó escrito, supo en su vida reír, alegrarse, entristecerse e incomodarse. Igual que usted estimado lector, igual que yo.
Mario Golman para Bariloche 2000
Conferencista en temas vexilológicos y de historia argentina.
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