Lenguaje inclusivo y sentido común

Columnistas

Una columna de Nora Blok para B2000. En esta ocasión, reflexiona sobre el lenguaje inclusivo, una temática que va ganando espacio en las redes sociales y los medios de comunicación.

 En los últimos meses, la ciudadanía –como si no le faltaran preocupaciones- se ha visto impelida a sorprenderse, tomar partido o ignorar una temática que gana presencia en los medios de comunicación y en las redes sociales: el lenguaje inclusivo.

Y la pregunta es: ¿qué se entiende por lenguaje inclusivo? La diversidad sexual, la visibilidad de distintas identidades “no encajan” en el binomio masculino/femenino y por ello -en la discusión- el uso binario captura las voces en defensa y sublevadas.

El inicio de esta querella –por momentos y con algunos sujetos- acalorada tiene su origen en la comunidad minoritaria LGTB, una sigla, en la que se encierra a lesbianas, gay, transexuales y bisexuales, quienes luchan por construir un neutro y por derechos de igualdad.

Es decir, sectores radicalizados del feminismo intentan instalar el uso de un lenguaje inclusivo y no sexista. En términos lingüísticos, cuando oímos por televisión a un joven que dice: “Hay poques diputades que están indecises” pensamos qué está diciendo.

Es obligatorio declarar que el uso de la “e”- como supuesta marca de género- es ajeno al sistema morfológico del español o castellano, además, de ser innecesario.La “e” una vocal neutra no se identifica con ningún género.
Y, una obviedad, el lenguaje no es sexista. En este uso “(todes”, “nosotres” y tantas otras palabras) que circulan tiene que quedar claro que lo que esta utilización persigue no es equidad de género, sino de sexo. El género pertenece a la gramática. Esas palabras intentan integrar a la comunidad transexual.

El feminismo y la diversidad sexual -como grupos- insiste –también- en algunos usos: “x” y el símbolo @ en tod@s o tod@s y la pregunta es: ¿nos permiten incluir, realmente? La respuesta es: No, porque ni “x” ni “@” tienen un sonido fonológico que nos permita la neutralidad que queremos transmitir.

No nos podemos mentir: ¡lo seguimos leyendo en masculino! Aunque la pretensión sea eliminar los géneros en cada palabra. No obstante, es importante entender que las diferencias no se resuelven con cambios en el lenguaje.

Sin dudas, la mujer ha ido ganando terreno en la vida social, pública y laboral. Muchas palabras se feminizaron: presidenta/presidente; ministra/ministro, entre tantos ejemplos.

Si de igualdad se trata: “igualdad no es que te llamen arquitecta, es que te paguen igual y que tengas las mismas oportunidades” (Concepción Campay, Académica de México).


Otro argumento indiscutible es el de Ignacio Bosque en “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”: “Una cosa es el feminismo necesario y otra el totalitarismo radical que se basa en retorcer las palabras”.

A su vez, Arturo Pérez Reverte (miembro de la Real Academia Española) señala:” cuatro particulares, sin autoridad ninguna le dicen a la gente cómo tiene que hablar”. Se refiere a la solicitud, en España, de cambiar términos “machistas” en su Constitución.

Argumento con otros destinatarios que viene bien incluir porque no importa que sean uno o cuatro, sino que se entienda que es una ofensiva que no tiene lugar en la gramática, sino que le corresponde a la sociedad, en su conjunto, dirimirla.

El colectivo, además,debería tener en claro que, en el caso de los objetos, no sorprende que sean femeninos o masculinos, pero en el caso de las personas es complicado. Detrás de ese obstáculo, correspondería –también- desentrañar la ideología encubierta.

La lucha por la inclusión de los diferentes sexos, en todo caso,obliga a esclarecer el discurso, que es discriminatorio en la medida que quien lo emite (hombre o mujer) revela en él su subjetividad. La gramática (absuelta de estos escándalos) solo hace que una comunidad funcione.

“Todes” (y otras palabras con “e”) forman parte de una actitud militante. No es práctico. Es ilegible, extraño al oído y conspira contra la aceptación y difusión de estas palabras por parte de una masa de hablantes.

Los últimos sesenta años (postmodernidad) imprimen un estado crítico al discurso masculino y asistimos a una feminización discursiva, que lidia con el malestar en ambos casos.

La disputa por espacios sociales va por otros carriles y no por este mal llamado “lenguaje inclusivo”. En definitiva, resulta una lucha con fundamento ideológico. Es una reyerta con fundamento ideológico y cuesta mantenerla en el tiempo por eso mismo porque exige transformar sociedades igualitarias.

Por último, cuando elegimos la palabra “personas” (femenino), ¿dejamos a los varones afuera? Una invitación a reflexionar, a dejar de retorcer el lenguaje y a activar conocimientos sería lo deseable.

8 noviembre, 2018
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